miércoles, 31 de octubre de 2012

La tradición de Aristóteles y la teoría de las inteligencias múltiples.

por Carlos Anríquez


I              Una motivación personal.

Mi preocupación en este ensayo es el concepto de inteligencia. Se trata de un concepto en realidad equívoco, en tanto tiene varias interpretaciones o significados posibles. A la vez, hay algunos otros términos para significar las mismas cosas que queremos decir con la palabra “inteligencia”. No trataré de definir nuevamente el término: solo de abordar de manera muy breve dos enfoques de la inteligencia y encontrar algunas buenas razones por las cuales, en primer lugar, la inteligencia es un tema relevante para el educador, y luego, establecer algunos elementos que contribuyan a lo que podemos llamar una educación de la inteligencia en el ámbito escolar.

Se trata, por cierto, de un interés personal, y diría yo, vital o experiencial: el análisis de mi propia experiencia frente al tema me lleva a adoptar posiciones que, entiendo, pueden ser perfectamente cuestionables por una cierta subjetividad. Sin embargo asumo que en este tema, tan amplio, no está todo dicho y que la reflexión sobre las experiencias personales puede ayudarnos a avanzar hacia respuestas de validez mayor que las hoy existentes.

Mi motivación está definitivamente  enraizada en mis experiencias como portador del que hoy se conoce como “Sindrome de Déficit Atencional”, condición que me ha puesto en innumerables oportunidades frente a la necesidad de comprender porqué las, a veces, abismantes diferencias entre la predicción y el resultado en materia de conductas escolares, laborales e incluso afectivas. Algo pasa con quienes compartimos esta condición, que nos exige un esfuerzo por desarrollar consistentemente una respuesta a la pregunta ¿Por qué si soy efectivamente una persona inteligente, no tengo los resultados prácticos que se espera de una persona inteligente? Y, a todo esto, ¿Soy efectivamente una persona inteligente? ¿Qué hace que se produzca en mi entorno afectivo, por ejemplo, mis padres, una corriente de frustración en relación a los resultados escolares o laborales que obtengo? Qué hace que el esfuerzo realizado para comprender y resolver cierto ámbito de problemas me sea tan escasamente remunerativo ? ¿Por qué a otros parece resultarles tan facilmente este esfuerzo? Ciertamente, el estar acompañado por personajes tan ilustres como Einstein o Churchill no aminora la necesidad de reducir las inconsistencias observadas de manera aceptable y comprensible. La falta de respuestas y la permanente frustración se van transformando en autoimagen negativa y desesperanza aprendida, malas consejeras para emprender proyectos de vida desafiantes y realizables.

Sin embargo, la sorpresa es mayor cuando a pesar de las limitaciones escolares, en el ámbito personal y profesional, la vida no resulta tan dificil y se perciben desafíos alcanzables y soluciones satisfactorias a los problemas que se van presentando. Es decir, a pesar de las limitaciones que impone la condición antes señalada, me he encontrado con una batería de capacidades que me permiten desenvolverme con un resultado mejor que el predicho mirando solo el desempeño como estudiante. Más aun, las capacidades que me han permitido una realización profesional y personal son muchas veces aquellas que no son bien vistas en la educación formal, como por ejemplo, impulsividad y pensamiento lateral. Creo por lo tanto que, al menos en mi experiencia personal, la educación se quedó coja.

Esta misma conclusión puede obtenerse mirando el ámbito más grande que es la educación y la escuela, pero en la actualidad complicada por factores que unas décadas atrás no estaban presentes: una sociedad abierta, inundada de modelos alternativos de vida y desempeño, estimulada por la tecnología y las comunicaciones, enlazada a culturas diferentes y tolerante de subculturas diversas. Pero sobre todo, una sociedad que impone, para sentirse satisfecho como individuo, ostentar símbolos de consumo y posesión alienantes. Estos dos elementos implican alumnos con capacidades extraordinarias en ciertos ámbitos, por ejemplo, en la coordinación visomotora, conocimientos visuales que se imponen a los conocimientos verbales, abiertos a experimentar y, tristemente, muy solos en tanto individuos en formación, frente a las decisiones que deben tomar en sus situaciones del día a día.

En este medio nos encontramos con una educación basada fuertemente aún en modelos racionalistas y orientados a lo instruccional, incapacitada por lo tanto para abordar la polifacética realidad del estudiante actual. Esta situación es tanto más dramática en aquellos casos - que no son pocos - de estudiantes que presentan trastornos del aprendizaje y que se encuentran doblemente abandonados por el sistema educacional actual: como estudiantes y como portadores de una cierta condición diferenciadora en sus capacidades de aprendizaje. Cuando señalo esto, me refiero a la educación no en el plano de las declaraciones o los valores expresados verbalmente a la sociedad, sino en el plano de las prácticas educativas reales.



II            Los debates en torno a la inteligencia.

La mente, racionalidad o inteligencia, representa para nuestra cultura un elemento central de la vida individual y del progreso y la felicidad de que disfrute la sociedad. Y el concepto de inteligencia que predomina es aquel que la considera preferentemente como una destreza innata, dedicada a la comprensión racional de la realidad y al comando de la conducta del individuo. Personalmente veo la inteligencia como un proceso, lo que  implica una suposición clara y explícita respecto a su origen y naturaleza. Para explicitarla, será necesario partir resumiendo las posiciones. Sostengo, didácticamente, que son tres.

La primera asume la inteligencia como una estructura genéticamente instalada en el individuo. Se nace, se vive y se muere con ella. Los factores externos - ambiente - solo la modelan, le incentivan, la sensibilizan, pero no cambian sustancialmente la, por así llamarla, cantidad de inteligencia que ese individuo genéticamente posee. Esta visión se entronca con lo que Allport llama “la tradición leibniziana”, que supone que el hombre es un ser autoimpulsado en el proceso de aprendizaje y cambio. (Allport: 1963)

La segunda considera la inteligencia como un resultado de la acción y el estímulo del medio ambiente. (Allport:1963) Siguiendo la tradición de Locke, en cuanto que la mente del hombre es tabula rasa al momento de nacer, por cuanto no podría haber nada en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos. Los más fieles exponentes de esta posición son sin duda los conductistas, y entre ellos, Skinner. (Woolfolk: 1996) 

Una tercera posición, plantea la inteligencia es más bien una semilla que la naturaleza instala en el individuo, pero que la acción del medio ambiente se encarga de aumentar, desarrollar  o, lamentablemente también, reducir o destruir. (Calvin: 2001) El mismo Allport considera que la personalidad del individuo - y yo me permito extender su afirmación a la inteligencia - es un resultado dialéctico de la herencia y el medio.(Allport:1963)

Hay un segundo debate que se desarrolla en torno a la pregunta ¿qué es la inteligencia?, que se refiere a lo que podemos llamar los contenidos de la inteligencia, es decir por qué elementos está constituida. ¿Podemos afirmar que la inteligencia es solo una o más bien debemos considerarla como una colección o multiplicidad de habilidades o capacidades  que poseen los individuos? 

La tradición occidental nos ha formado en el concepto de que la inteligencia es una, y se refiere a una capacidad específica que tiene que ver con el pensamiento racional. Así, un individuo inteligente es aquel que es capaz de realizar cálculos acertadamente o bien, de expresarse de manera verbal en forma fluida y razonablemente articulada.(Woolfolk: 1996) Quizás lo más importante de esta posición es la condición directiva que asume la inteligencia respecto de la conducta del hombre, es decir, se trata de una capacidad que - por así decirlo - inunda o se entromete en los demás espacios de la mente, indicándoles qué debe hacer cada cual para llevar al individuo a su plena realización. Esta es la llamada inteligencia g o inteligencia general.

Desde el siglo XIX, esta posición “monista” de la inteligencia se ha visto reflejada en los teóricos y psicólogos de las organizaciones, y especialmente de la educación, que trabajan en torno a la medición de la inteligencia. Desde Binet  (Woolfolk: 1996) en adelante, la escuela del coeficiente de inteligencia (IQ, en inglés, Intelligence Quotient), ha sido el paradigma del conocimiento científico en psicología. Se ha construido una cultura del respeto al C.I. y por extensión, a quienes son capaces de establecer, se entiende que con certeza, su medida.

No resulta sorprendente la cercanía que este enfoque tiene con otro paradigma de la ciencia social, cual es el homo economicus de la economía, que promete también mediciones anticipadas tanto de la riqueza como del bienestar que ella proveerá, en tanto ambos paradigmas provienen de la cultura  de la sociedad industrial de los siglos XIX y XX.

Por su parte Gardner  (Gardner: 1995)  afirma de manera taxativa que las inteligencias son múltiples, y que además operan de manera relativamente autónomas una de otra. Junto a él, una serie de psicólogos e investigadores han planteado el concepto de inteligencia como una colección de capacidades, entre ellos, Sternberg  y Guilford   (Woolfolk: 1996) Antonio Damasio sostiene que la inteligencia es también emocional, esto es, se trata de una capacidad mediada o afirmada por una cierta sensibilidad que depende del funcionamiento cerebral, e incluso, corporal, a través de procesos neurológicos complejos. El deterioro de esta función que llamamos “las emociones”, por la alteración o daño de su base neuroanatómica, deteriora inevitablemente la capacidad de razonamiento de la persona. Dicho de otra manera,” el individuo que razona lo hace por una suerte de pasión por razonar”  (en los términos del propio Damasio), y por lo tanto, si esa pasión no está presente, la conducta del individuo será, al menos, poco práctica. (Damasio: 1996)

Hay una última cuestión que se debate en el ámbito de los estudiosos de la inteligencia, cual es su condición de fenómeno mental o corporal. Es decir, se pregunta si existe una entidad aprehensible por la ciencia,  que se denomina “mente”, en cierta forma heredera del concepto de alma, en la cual se desarrolla la inteligencia, o bien esta es un fenómeno radicado en procesos o estructuras corporales que han sido o deben ser identificados precisamente.

Tanto los conductistas, como Gardner y Damasio responden en esta última dirección. Las tendencias psicologistas y del C.I., creen en la existencia de la mente como un fenómeno científicamente comprensible, esto es reductible a un conjunto de leyes o principios de general validez y predictivos. Por ahora, esta discusión la dejaré de lado, ya que poco agrega y me concentraré en explicitar algunos conceptos de dos propuestas muy distantes en la historia, pero que permiten enriquecer la comprensión del fenómeno.

III           La tradición de la inteligencia racional forjada en el pensamiento de Aristóteles.

Diría que en Aristóteles se presenta una semilla del concepto de inteligencia racional imperante, y que tanto ha influido en la educación y sus paradigmas actuales. La inteligencia racional es el medio que permite al hombre, sabiamente utilizada, dirigirse hacia la felicidad.

Es la vida activa del ser dotado de razón lo que caracteriza al hombre”.Lo propio del hombre será el acto del alma conforme a la razón o, al menos, el acto del alma que no puede realizarse sin la razón” (Aristóteles: 1993) Y el hombre se mueve siempre en busca de la felicidad. Más bien, su actividad se dirige hacia lo que cada hombre considera la felicidad, cosa que no necesariamente es en sí la felicidad, ya que este es un término ambiguo y equívoco. En esta búsqueda, participa preeminentemente aquella parte del alma que está dotada de razón. En efecto, en el alma se distinguen dos partes: la una que está dotada de razón, y la otra, que está privada de ella. En la segunda se reconocen dos tipos de facultades: una vegetativa, propia de todos los seres vivos, que hace que el ser pueda alimentarse y desenvolverse, y otra instintiva, que en cierta forma participa de la razón en cuanto puede seguirla, obedecerla, aunque no necesariamente lo hace, ya que esta obediencia a las indicaciones de la razón, depende que se trate de un individuo virtuoso o intemperante. La parte racional del alma, está llamada a dirigir al hombre hacia el bien: en el hombre que sabe ser sobrio y dominarse, esta parte instintiva del alma obedece a la razón. Más aún, “más dócilmente se somete en el hombre sabio, porque en él no hay nada que no esté de acuerdo con la razón más ilustrada”.  La parte dotada de razón por tanto, es aquella que “invita sin cesar al hombre sobrio y al intemperante  al bien, por medio de los mejores consejos”. (Aristóteles:1993)

Esta misma racionalidad, hecha práctica intencionada, y con ello hecha virtud, debe acompañar a la ciencia a fin que ésta logre su propósito de demostrar los principios de las cosas que estudia. Es decir, la racionalidad, la razón es un medio determinante en el conocimiento y sin ella, no hay ciencia ni por lo tanto, comprensión ni dominio de los hechos que se estudian.

Si desarrollamos más este concepto, queda claro que Aristóteles consideraba la inteligencia como resultado de la práctica y la disciplina, dirigidos por la razón. Esta es, en realidad, la verdadera inteligencia, ya que comprende e indica al hombre el camino virtuoso para llegar a la felicidad. Este enfoque más bien normativo planteado en la “Moral, a Nicómaco” es un punto de vista útil a la educación, en tanto plantea un cierto paradigma respecto de la formación del carácter para el apropiado uso de la inteligencia.

ÍV           La Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner.

La primera afirmación de Gardner es que no hay una, sino varias inteligencias. Estas son capacidades o habilidades prácticas, es decir, orientadas a la resolución de problemas, entre las cuales está presente el razonamiento lógico-matemático, pero no en cuanto condición directiva de la conducta y las decisiones que el individuo adopta en lo íntimo de su conciencia de la realidad. Una cierta racionalidad simbólica es inherente al concepto de inteligencia, pero en este caso, se trata de una condición o característica de toda capacidad que denominamos inteligencia.

Más allá de la sociedad y la cultura en la que se desenvuelvan, todo individuo posee varias habilidades o capacidades para resolver los problemas que deben ser resueltos para facilitar el desarrollo y crecimiento de la sociedad. Así, estas habilidades de resolución de problemas son las llamadas inteligencias y no se limitan solo a la capacidad de razonamiento lógico-matemático o lingüístico, sino que abarca actividades como la expresión corporal, la interacción social, el estudio de la naturaleza, la introspección, conformando un conjunto de inteligencias que tienen por así decirlo, sustento por sí mismas, al margen de las capacidades de razonamiento o expresión del individuo

Por otra parte, son sistemas comprensibles desde la perspectiva simbólica, son en sí mismos sistemas susceptibles de ser codificados para abstrarse y transmitirse: son en  definitiva, fenómenos individuales, pero de una poderosa raiz cultural. El individuo se reconoce en su individualidad a través de las relaciones simbólicas y acciones inteligentes en los ámbitos diversos que confronta su vida, incluso aquel más íntimo del conocimiento de sí mismo. Sin embargo, la forma que estas inteligencias asumen depende fuertemente del objeto al que se dirigen, no solo ni tanto de las condicionantes biológicas o corporales que las elaboran.

Gardner propone hasta ahora 8 ó 9 inteligencias: lógico-matemática, lingüística, cenestésico-corporal, musical, espacial, social o interpersonal e intrapersonal. Luego de su primera obra, Gardner propuso las inteligencias existencial y naturalista. (Gardner: 1995)

La segunda afirmación es que estas inteligencias operan de manera paralela o relativamente autónoma en los individuos: pueden por lo tanto desarrollarse por carriles diferentes y presentarse separadamente. Una situación de desmedro o disminución de una de estas capacidades no afecta ni reduce la presencia de las otras: las inteligencias son múltiples no solo porque se presentan como una variedad de capacidades diversas, sino porque no dependen necesariamente unas de otras para subsistir en el individuo.(Gardner:1995)

La tercera afirmación de Gardner es que las inteligencias tienen una raiz eminentemente neuro-biológica, esto es, se trata de fenómenos eminentemente ligados al desarrollo y estructura corporal del hombre como especie. Su sistema nervioso lo provee de un potencial de fuerte plasticidad, que el contacto cultural aprovecha y modela de modo funcional a su carácter (cultural) específico, pero que no por eso dejan de tener un soporte en estructuras especializadas del sistema nervioso y procesos complejos de producción de conductas. (Gardner:1995)

V             A modo de conclusión: inteligencia para la vida, el rol de educador.

Un educador es un formador, tiene en sus manos algo así como una materia prima, que no es en absoluto, el niño, el alumno. La materia prima son las condiciones o capacidades, los impulsos realizadores del alumno, que en realidad, es una persona, con la compleja y exigente condición de asumir la vida día a día.

Durante muchos años, se ha considerado  que estas disposiciones o condiciones - centrándome en la inteligencia y no explorando otras igualmente existentes - están estrechamente asociadas al desempeño escolar - el que predice también el desempeño en ciertos ámbitos de la vida, que son altamente valorados por nuestra cultura racionalista e industrial. Binet dió respuesta a una angustiosa pregunta del estado industrial moderno: ¿dónde es más relevante colocar los recursos dedicados a la educación?

Pero la experiencia nos enseña que el éxito escolar no está correlacionado con el desempeño feliz o sano en la vida. ¿Falta algo para que ese éxito vital se produzca? Nos damos cuenta que la sociedad, cada cultura, nos exige el desempeño eficaz de múltiples roles que , a su vez exigen capacidades que no se agotan en la mera racionalidad. Entonces, si asumimos que cada niño tiene una particular combinación de capacidades que puede desplegar en la vida productiva (no solo económica), la educación debe encontrar modos de trabajar que le permitan personalizar el proceso de enseñanza-aprendizaje, asumiendo las condiciones específicas que esa persona, el alumno, presenta para desempeñarse en la vida.

¿Desplaza este concepto, más vivaz y comprensivo las ideas de Aristóteles?

Es probable que la visión unilineal y racionalista de Aristóteles sea muy complementaria con esta otra multivariada, procesal y cultural que nos presenta Gardner. Por cierto hay áreas de conflicto que deben aun ser resueltos conceptualmente, pero hay otras que se deben mirar aún con respeto: particularmente aquellas que se refieren a la virtud, que bien visto resulta un factor relevante en el crecimiento de la inteligencia.

Nuestra tradición cultural está siendo superada, debe abrirse de mejor modo a la diversidad, pero la base ética que nos dice que la virtud, la vida apuntada a un fin trascendente, la vitalidad que emana de la exigencia constante y la búsqueda de la perfección no ha sido, ni será superada como guía de la acción para el educador.  En eso, Aristóteles sigue presente y vigente.

 Bibliografía


  1. Allport, Gordon W. “Desarrollo y Cambio”, PAIDOS, Buenos Aires, 1963.
  2. Aristóteles, “Moral, a Nicómaco”, (Libro Primero, Capítulo IV) Espasa-Calpe, S.A., Madrid. 1993
  3. Woolfolk, Anita E., “Psicología Educativa”, Prentice Hall, México, 6ª ed. , 1996
  4. Calvin, William C., “Cómo piensan los cerebros” Editorial Debate, Madrid, 2001, 1ª ed. español.
  5. Gardner, Howard, “ Estructuras de la Mente. La teoría de las inteligencias múltiples” FCE, México, 2 ed. español, 1995
  6. Damasio, Antonio R., “El error de Descartes. La razón de las emociones” Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1ª ed. español, 1996



Santiago, 23 de Junio de 2001

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